Escribir sobre la incidencia que el proceso revolucionario francés de mayo de 1968 tuvo en la España franquista, resulta para mí, entonces un adolescente de 14 años, un exigente esfuerzo de recreación de la memoria, que procuraré ajustar a mis recuerdos y experiencia personal, para someterla al menos al rigor que aporta el haber sido partícipe de las vivencias aquí relatadas, incluidas las discusiones y debates en torno al tema con compañeras y compañeros de diferentes ideologías, así como las lecturas de estudios y análisis de distintos intelectuales sobre el asunto.
Comienzo pues por situarme en el tiempo y el espacio. El año 1968 yo lo vivo en una pequeña aldea próxima a la ciudad de Mieres, uno de los centros neurálgicos de la cuenca asturiana, y sede además de una de las grandes fábricas siderometalúrgicas de Asturias.
Desde los primeros años de esta década los obreros asturianos, como en el resto de España, ya daban muestras de una importante organización sindical que desde la clandestinidad lanzaba luchas en defensa de mejores condiciones económicas y laborales.
Se trataba de pequeñas comisiones obreras de centros de trabajo -factorías y pozos mineros- en las que de forma espontánea se juntaban obreros de distinta condición e ideología para celebrar ingeniosas asambleas, algunas de las cuales se hacían en bares de confianza de los pueblos, -los populares “chigres” asturianos-. En ellas y en condiciones de clandestinidad, desde peones a capataces, y desde católicos a anarquistas, debatían la situación, las reivindicaciones a plantear, y las formas de lucha para conseguirlo. Así iban consiguiendo algunas mejoras desde 1960, al precio de una durísima represión, palizas, torturas, detenciones, deportaciones, que como contrapartida generaban una extensa y fuerte solidaridad popular.
Poco a poco las diferentes “comisiones” iban coordinándose en estructuras más amplias. En Asturias se constituyó la “comisión provincial” en 1964, año que marcó un hito importante en el renacer del movimiento obrero bajo la dictadura franquista: en Mieres en vísperas del 1 de mayo, al final de una multitudinaria manifestación, los obreros tomaron el ayuntamiento y la comisaría policial liberando a los detenidos y destruyendo los informes policiales sobre personas “fichadas”. A finales de 1967 las comisiones son expresamente declaradas ilegales por el gobierno, que anuncia una etapa de especial represión hasta aniquilarlas. De ahí que 1968 en España no sea un año especialmente convulso en el plano social y laboral.
Mientras, la valerosa lucha y el compromiso de mis vecinos en tan duras circunstancias, cada vez me atraía más. Resultaba admirable cómo personas con una escasísima formación cultural habían desarrollado una conciencia social tan amplia clara y definida. Las muestras de simpatía, el apoyo mutuo, y los lazos de solidaridad aumentaban sin cesar. Salvo algunos “confidentes y chivatos “, casi siempre descubiertos y reconocidos, los trabajadores en general, incluidos algunos futuros votantes de la derecha, tenían entonces bien claro que unos pocos eran los dueños de todo y eran los que mandaban; que tenían las instituciones y los medios de comunicación a su servicio; que los cuerpos represivos, ejércitos, policía y guardia civil, eran sus fieles perros guardianes; y que vivían lujosamente de los beneficios que obtenían de la explotación y opresión de los obreros.
Así lo rememora Alfredo, un anciano amigo octogenario, cuando nos reencontramos en la aldea: “¡Cuánto nos ficieron sufrir esos “hijos de puta”. Que malos yeren y que poco cambiaron¡” . Cosa que corrobora su compañera Isa: “ye la puta derechona de siempre…”
En tal situación, llegado el mes de mayo de 1968, los medios de comunicación comenzaron a dar cumplida información de las huelgas y movilizaciones que se sucedían en Francia. Curiosamente la dictadura ofrecía una información bastante fidedigna y objetiva. Tal vez para atemorizarnos con lo que a su juicio era un caos que amenazaba al país vecino si triunfaba el proceso revolucionario allí desencadenado, justificando con ello su represión para “salvar la patria hispana del comunismo y la masonería”.
Sea por lo que fuere, salvo en reducidos círculos universitarios y en unos pocos artículos en la prensa obrera clandestina, tales acontecimientos tuvieron escasa incidencia en España hasta pasados unos pocos años.
Será a principios de la década siguiente cuando las discusiones y debates sobre lo ocurrido en 1968 en Francia cobren importancia decisiva en la lucha española contra la dictadura.
Cuestiones relevantes del proceso revolucionario del mayo francés como la espontaneidad y el asambleismo, la acción directa, la autogestión y autoorganización de las luchas… dieron contenido a un renacido movimiento estudiantil en España del que yo ya fui partícipe. A su vez, las críticas desde el propio marxismo a la “esclerosis burocrática, jerárquica y autoritaria” del PCE y su sometimiento al estalinismo, provocó la aparición de nuevos partidos de renovada ideología marxista y orientación trostquista o maoista, que redujeron la hegemonía que el PCE iba cobrando sobre el movimiento obrero a medida que, poco a poco, controlaba las estructuras estables de las Comisiones Obreras.
También incipientes movimientos sociales de carácter vecinal o feminista, encontraron su sustento en los ecos de esa revolución francesa derrotada por una desfavorable correlación de fuerzas y la falta de compromiso revolucionario de los dirigentes de la izquierda política, ya entonces parte integrante de las instituciones del régimen democrático francés.
Mas, visto desde mi experiencia fue el viejo debate internacionalista Marx/Bakunin, renovado por los intelectuales franceses durante la contienda, bajo el dilema de mayor o menor vigencia y eficacia del anarquismo o el marxismo, lo que impulsó sustancialmente la lucha antifranquista española provocando su radicalización y el resurgir de un fuerte movimiento anarquista en todos los sectores en lucha, al tiempo que se recuperaban y redescubrian los valores y logros de otra revolución derrotada: la revolución social española de 1936.
Desde entonces, la lucha contra el franquismo fue creciendo en duración e intensidad en todos los frentes, desbordando con frecuencia la dirección y control que el PCE, y un PSOE recreado a golpe de marcos y dólares, pretendían establecer sobre el movimiento obrero, utilizando sus respectivos sindicatos recién creados CCOO y UGT.
Las huelgas se multiplicaban: 3.155 conflictos laborales, cifra del Mº de Trabajo Español en 1975, -mas que en toda la década de 1960-, saltando a 40.179 conflictos en 1976, y se extendían hasta convertirse en huelgas generales de ámbito provincial e incluso regional, que tejían una densa red popular de participación, apoyo, y solidaridad con los sectores en lucha. Ante esta situación, el portavoz del gobierno, Fraga Iribarne, llegó a reconocer en declaraciones al diario Le Monde, en marzo de 1976, “que en España se vivían momentos prerrevolucionarios similares al mayo francés 1968”.
Si a ello sumamos el protagonismo de un renovado movimiento anarquista, que aglutinaba cientos de miles de personas -más de un millón en las jornadas de Montjuic-, no es de extrañar que el franquismo intentara salvar su continuidad con una “salida pactada” que evitara la ruptura con el régimen o, incluso, males mayores. Este es el origen de la llamada “transición española”, resuelta en los Pactos de la Moncloa de 1977. La CNT rechazó la invitación oficial para participar en tal contubernio de la izquierda política y sindical para la venta y traición del Movimiento Obrero, y el anarquismo pagaría un alto precio por su prueba de coherencia y dignidad, Pero eso ya es otra historia para otro escrito, al igual que los análisis y los estudios revisionistas aparecidos a finales de la década de los 80 donde famosos “lideres arrepentidos” nos quisieron vender un mayo 68 convertido en una revuelta estudiantil de carácter contra cultural, contaminada con “algunos pecadillos revolucionarios de juventud”.
Hoy, mas que nunca, se hace necesario revindicar pues, e intentar revivir el mayo francés de 1968 como fue, un auténtico proceso revolucionario con decidida vocación de cambio radical en las estructuras y relaciones socio políticas, económicas y culturales. Y es que, tras 50 años de progreso tecnodemocrático, las cosas ya no están tan claras y la pareja de mis viejos amigos mineros discrepa: Isa se pone de domingo para bajar temprano a la ciudad a votar, y recrimina a su compañero por no hacer lo mismo: “hay que echar a la derechona, hostia…”. Alfredo sonríe, y, con sorna y en su bable, le contesta: “que non Isa, que non, que a los que manden de verdá nun los vamos a quitar con papeletes de votar”.
José Ramón Palacios
Presidente de la Fundación Anselmo Lorenzo