Las mujeres hemos sido siempre despreciadas y relegadas a un segundo plano en todas las facetas de la vida. Durante esta crisis sanitaria, hemos sufrido el peso del trabajo, la limpieza y los cuidados sobre nuestros hombros, demostrando nuevamente nuestra capacidad de hacer frente a cualquier adversidad que se nos presenta, y como recompensa, el Patriarcado nos invisibiliza, estafa, infravalora y nos explota, reservando las condiciones más precarias del mercado laboral para nosotras.

Decimos que las mujeres hemos sido invisibilizadas en todas las facetas de la vida: la ciencia, el arte, la literatura… como también en la participación en las luchas por la conquista de derechos sociales y laborales. Hemos sido despojadas de nuestro papel como sujeto político e histórico. Dentro del movimiento obrero, incluido el anarquismo, muchas mujeres militantes tuvieron que abrirse paso en un mundo político masculino y reivindicar su espacio en la lucha social. Ello implicó que, en la mayoría de las ocasiones, tuvieran que confrontarse con sus compañeros varones que, por lo general, pensaban que la lucha de las mujeres dividía el movimiento obrero y que la lucha social debía emprenderse en el siguiente orden: primero la emancipación de la clase trabajadora y después, la de las mujeres. Este fue el caso de numerosas agrupaciones de mujeres en todo el mundo. Podríamos remontarnos a la Revolución Francesa, cuando las mujeres marcharon junto a los hombres bajo el lema “igualdad, libertad, fraternidad” y más tarde fueron nuevamente desplazadas de los espacios políticos y reprimidas por los hombres cuando éstos alcanzaron el Poder. Conviene recordar a las pioneras de lo que hoy llamamos feminismo anarquista, que ya advertían de estos problemas en el seno de las organizaciones masculinas desde el siglo XIX: en Francia, Louise Michel y la gran movilización de mujeres trabajadoras y empobrecidas que defendieron La Comuna de París; en España, Teresa Claramunt, Teresa Mañé o la agrupación Mujeres Libres en los tiempos de la guerra y la Revolución Social; en Argentina, Virginia Bolten con el periódico La Voz de la Mujer, Juana Rouco Buela y otras muchas mujeres trabajadoras; en Bolivia, Petronila Infantes y el enérgico y fundamental movimiento de las Cholas; en Estados Unidos, mujeres como Voltairine de Cleyre y Emma Goldman (“la mujer más peligrosa del mundo”); en Puerto Rico, Luisa Capetillo. Tantas mujeres de clase trabajadora y anarquistas organizadas en todo el mundo, en una lucha internacionalista por la emancipación no sólo de las mujeres, sino de toda la clase trabajadora y de todos los cuerpos en su conjunto. Luchando contra las opresiones múltiples del patriarcado, el capital y el Estado.

El día 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. El 8 de marzo de 1857, las mujeres que trabajaban en fábricas textiles de Nueva York organizaron una huelga exigiendo subidas de salarios y fueron represaliadas por la policía, perdiendo algunas de ellas la vida durante las protestas. Fue en 1911 cuando se celebra por primera vez el Día Internacional de la Mujer Trabajadora con la intención de reconocerla como parte activa en las luchas por los derechos y la justicia social, no sólo de las mujeres, sino de toda la humanidad.

A pesar de todo esto, La ONU declaró en 1975 el 8M como día Internacional De la Mujer, suprimiendo el adjetivo de “trabajadora”. Pero es en estos últimos años cuando se está haciendo más evidente la intención de eliminar el discurso de clase obrera, de este día conmemorativo por parte de organizaciones como: CCOO, UGT, Intersindical, USO, Escola Valenciana, PSOE… A lo que se suman muchas organizaciones de mujeres y plataformas feministas ligadas a las instituciones del Estado, de raza blanca y de clase media alta, que prefieren celebrar simplemente el “Día de la Mujer” ocultando y dando la espalda a reivindicaciones y luchas sociales propias de mujeres pobres de clase trabajadora, limitando las reivindicaciones a discriminaciones de carácter interclasista y que, en el mejor de los casos, luchan por romper los techos de cristal que les impide alcanzar importantes puestos ejecutivos, mientras necesitan explotar a otras mujeres precarizadas para que realicen por ellas las tareas de cuidados y del hogar.

Todo ello desvirtúa y distorsiona el motivo principal por el cual se celebra el 8 de Marzo.

A nuestro juicio, sobran motivos para continuar reivindicando este día como el de la mujer trabajadora, así lo demuestra la lucha de las Kellys, las aparadoras del calzado, las trabajadoras de los almacenes de fruta, las temporeras del campo, las de enfermería, las trabajadoras del hogar y de los cuidados…Todos estos trabajos recaen mayoritariamente en mujeres y se desarrollan en condiciones miserables. Muchas veces sin contrato, expuestas a la precariedad de manera constante. No debemos olvidar tampoco, que las mujeres nos vemos atravesadas no sólo por las jerarquías clasistas, sino también por las raciales y coloniales. Así, vemos cómo en España las mujeres migrantes y racializadas, tras exiliarse de sus tierras, son las que desempeñan los trabajos más precarios, y se ocupan de los trabajos domésticos y de cuidados de las mujeres blancas para que éstas puedan ocuparse de su emancipación; se enfrentan a los peligros de la deportación, del CIE, de la separación forzosa de sus familias, sus hijxs y sus vidas; se enfrentan a los chantajes y a los abusos sexuales por parte del patrón, como hemos podido ver recientemente. Ellas son las que llevan sobre sus espaldas una enorme parte del peso de esta sociedad configurada sobre los cimientos de la jerarquía.

A todo esto, queremos añadir que la condición de clase consiste en pertenecer a una clase social y no estrictamente en desarrollar un trabajo remunerado. Por tanto, de clase obrera somos igualmente las trabajadoras en activo como las paradas, estudiantes, jubiladas, pensionistas, etc. Con lo cual, existen razones de peso para que el 8M sea el altavoz de todas estas protestas y no un día para felicitar a la mujer por el simple hecho de serlo, o por haber alcanzado un importante puesto ejecutivo en una gran multinacional explotadora. El “gesto” de eliminar el adjetivo “trabajadora” del 8 de marzo es mucho más importante y significativo de lo que parece, pues no es sino una estrategia más por parte de los Estados de Bienestar y las socialdemocracias, por absorber nuestras luchas emancipadoras históricas y vaciarlas de contenido. No es sino el intento de despojarnos de nuestra memoria de lucha contra el Poder; de aterciopelar las cadenas que, como antaño, nos asfixian hoy de una manera más sofisticada; de que perdamos el horizonte por el que luchamos y nos sentemos en el banquete de los poderosos y consideremos como compañeras a nuestras explotadoras y tiranas.

No buscamos alcanzar el Poder, no buscamos vernos representadas en los Parlamentos ni en los cuerpos de Seguridad del Estado ni en la presidencia de una empresa explotadora. No buscamos dar una nueva capa de pintura a la vieja y oxidada estructura jerárquica sobre la que históricamente se asienta nuestra sociedad. Del Poder no esperamos más que su abolición.

8 de Marzo: día de la Mujer Trabajadora.

Ni amas ni esclavas: Anarcofeministas siempre

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